La Restauración y el despertar de los nacionalismos
Tras la caída de Napoleón, las potencias europeas intentaron volver al pasado en el Congreso de Viena (1814-1815). Metternich, el canciller austriaco, diseñó un sistema basado en tres principios: legitimidad dinástica, equilibrio internacional y derecho de intervención.
La Cuádruple Alianza (Austria, Rusia, Prusia y Reino Unido) y la Santa Alianza (Austria, Rusia y Prusia) garantizaban el orden. Los Congresos anuales (1818-1822) supervisaban cualquier amenaza revolucionaria.
Pero surgió una fuerza imparable: el nacionalismo. Los pueblos empezaron a identificarse como naciones con identidad propia (lengua, cultura, historia) y querían sus propios Estados-nación. Había dos tipos: separatista (independizarse de imperios multiétnicos) y unificador (unir territorios dispersos, como alemanes e italianos).
Las revoluciones de 1820 rompieron la calma: el comandante Riego en España restableció la Constitución durante el Trienio Liberal, Portugal e Italia lograron sistemas constitucionales temporales, y Grecia se independizó del Imperio Otomano (1829).
Las revoluciones de 1830 empezaron con los Tres Días Gloriosos de París, que destronaron a Carlos X. Bélgica logró su independencia y el liberalismo volvió a extenderse por Europa.
Realidad: El sistema de la Restauración no pudo frenar las fuerzas del liberalismo y el nacionalismo que transformarían el siglo XIX.