Nuevas ideologías: liberalismo y nacionalismo
Dos ideas poderosas empezaron a extenderse por Europa como la pólvora. El liberalismo defendía la libertad individual, los derechos de los ciudadanos y la igualdad ante la ley, eliminando los privilegios aristocráticos. Esta ideología caló especialmente entre la burguesía y las clases populares, que ya estaban hartas del absolutismo.
El nacionalismo, por su parte, sostenía que cada nación debía tener su propio Estado. Su objetivo era claro: que las fronteras políticas coincidieran con las fronteras culturales y lingüísticas de los pueblos.
Estas ideas provocaron las revoluciones de 1820, que estallaron principalmente en el área mediterránea. Los oficiales del ejército y las sociedades secretas protagonizaron levantamientos anti-absolutistas en España, Portugal, Nápoles, Piamonte y Rusia. Aunque inicialmente los monarcas tuvieron que aceptar constituciones, finalmente el absolutismo volvió a imponerse.
Las revoluciones de 1830 fueron más exitosas, afectando a casi toda Europa y llevando a los liberales al poder en muchos estados. Se iniciaron en Francia con la caída de Carlos X y se extendieron a Bélgica, que logró independizarse de Holanda.
Dato curioso: En España, este período marcó el inicio de las sangrientas guerras carlistas entre liberales y absolutistas.