El arte de los mosaicos: cuando las paredes cobran vida
Los mosaicos bizantinos son como Instagram medieval: cada imagen cuenta una historia y está diseñada para impresionar. A diferencia de los romanos que ponían mosaicos en el suelo, los bizantinos los colocaban en muros y bóvedas para que todo el mundo los viera.
Las características del mosaico bizantino son inconfundibles: desproporción jerárquica (los personajes importantes son más grandes), hieratismo (figuras rígidas y solemnes), gestos repetitivos, horror vacui (no dejan espacios vacíos) y colores intensos que crean un efecto visual impactante.
Las figuras se representan de manera simétrica y sin profundidad, como si flotaran en un mundo espiritual. Los rostros son alargados, con ojos enormes mirando hacia arriba, expresando una espiritualidad deshumanizada que evitaba cualquier acusación de idolatría.
Los ejemplos más famosos son los Séquitos de Justiniano y Teodora en Rávena, donde vemos al emperador y la emperatriz con sus cortesanos en procesión. Cada personaje lleva ropas lujosas decoradas con oro y piedras preciosas, y sus rostros transmiten una autoridad divina que legitimaba su poder político.
En pintura destacaron los frescos religiosos en iglesias, las miniaturas para ilustrar libros, y los íconos (pinturas de santos en paneles). En escultura preferían bustos de mármol o marfil con características hieráticas: uniformidad, rigidez, líneas geométricas y follaje estilizado.
¡Curioso! Los artistas bizantinos deshumanizaban las figuras a propósito para evitar ser acusados de idolatría.