Formación de los Reinos Cristianos Peninsulares
Tras la invasión musulmana y el colapso del reino visigodo a mediados del siglo VIII, surgieron en el norte peninsular diversos núcleos de resistencia cristiana. Estos pequeños territorios cantábricos y pirenaicos fueron el germen de los futuros reinos que se expandirían durante toda la Edad Media.
El reino astur-leonés nació a partir de la mítica batalla de Covadonga (722) bajo el liderazgo de Pelayo. Sus sucesores, especialmente Alfonso I y Alfonso II, consolidaron el territorio reimplantando modelos administrativos visigodos como el Liber Iudiciorum. Durante el siglo IX, con Ordoño I y Alfonso III, la expansión alcanzó el río Duero, trasladando la capital a León.
En el este peninsular, Aragón y los condados catalanes siguieron trayectorias complejas. Aragón fluctuó entre la influencia carolingia, musulmana y navarra, mientras los territorios de la Marca Hispánica (Barcelona, Gerona, Ampurias, etc.) fueron ganando independencia respecto al Imperio Carolingio. La unificación definitiva de estos territorios ocurrió en el siglo XII con Alfonso II.
Navarra surgió del territorio de la Marca Hispánica. Tras la batalla de Roncesvalles, la familia Arista expulsó a los francos, creando el Reino de Pamplona, que luego se aliaría con León y expandiría sus dominios bajo Sancho García.
⚠️ ¡Ojo con esto! La formación de los reinos cristianos no fue un proceso lineal ni planificado, sino resultado de complejas relaciones de poder, resistencia y adaptación a las circunstancias históricas de cada territorio.
Castilla nació como un condado fronterizo de León, alcanzando independencia efectiva a mediados del siglo X con el conde Fernán González. La unificación con León se produjo en el siglo XI con Fernando I, aunque la consolidación definitiva del reino castellano no llegó hasta 1230 con Fernando III.
Finalmente, Portugal permaneció bajo dominio leonés hasta el siglo XII, cuando el conde Alfonso Enríquez declaró su independencia, iniciando la historia del reino portugués.