Los viejos imperios y los nuevos actores mundiales
Mientras Europa occidental se modernizaba, los viejos imperios luchaban por sobrevivir. El Imperio austrohúngaro se reestructuró como "monarquía dual" con Austria y Hungría como reinos separados pero unidos por el emperador y la política exterior. Su gran problema era gestionar las múltiples nacionalidades que reclamaban autonomía.
El Imperio ruso seguía siendo feudal: apenas industrializado y con millones de siervos que dependían del régimen señorial. El Imperio otomano, por su parte, era un Estado teocrático dirigido por el sultán-califa, en plena decadencia en los Balcanes.
Fuera de Europa surgían nuevas potencias. Japón rompió su aislamiento secular cuando las potencias occidentales le impusieron tratados comerciales. El emperador Mutsuhito inició la era Meiji, un período de reformas que transformó las estructuras económicas y sociales del país manteniendo el poder imperial.
Estados Unidos se expandía hacia el oeste conquistando territorios indígenas mediante "guerra, exterminio y expolio". La emigración europea se concentraba en los Estados del Norte, creando tensiones con el Sur esclavista.
Las diferencias entre Norte y Sur estallaron cuando Abraham Lincoln, partidario del abolicionismo, llegó a la presidencia. Los Estados del Sur formaron los Estados Confederados de América, desencadenando la Guerra de Secesión. La victoria del Norte en 1865 supuso la abolición definitiva de la esclavitud.
Reflexión importante: Mientras unos imperios se desmoronaban, otros países se modernizaban y expandían su influencia mundial.