De Bizancio al Islam: las grandes potencias mediterráneas
El Imperio Bizantino, heredero directo del Imperio Romano de Oriente, logró mantener su poder y riqueza. Su capital, Constantinopla (fundada en el 330), ocupaba una posición estratégica para el comercio y la defensa militar. Durante el reinado de Justiniano (518-565), el imperio alcanzó su máximo esplendor, reconquistando territorios occidentales y creando el famoso Código Justiniano, una recopilación de leyes romanas.
Tras la muerte de Justiniano, el imperio comenzó a "helenizarse": el griego sustituyó al latín, y el emperador pasó a llamarse Basileo, concentrando todos los poderes. El imperio se dividió en themas (provincias) administradas por estrategos. En el ámbito religioso, se separó de Roma formando la Iglesia Ortodoxa, que rechazaba la autoridad del Papa, permitía el matrimonio de sacerdotes y celebraba la misa en griego.
Por otro lado, en el siglo VII surgió una nueva religión en Arabia: el Islam. Esta religión monoteísta se expandió rápidamente mediante conquistas militares, creando un imperio que dominó gran parte del Mediterráneo, incluyendo casi toda la península ibérica.
Los reinos germánicos transformaron profundamente Europa. Aunque adoptaron tradiciones romanas (latín, cristianismo, leyes), desplazaron el poder a las zonas rurales. La agricultura se volvió predominante y los propietarios de tierras (generalmente germánicos) concentraron el poder.
🏰 Dato interesante: Aunque los reinos germánicos adoptaron el cristianismo, el conocimiento de la lectura y escritura quedó prácticamente limitado a monjes y clérigos. Los reyes necesitaban monjes como "secretarios" para leer y redactar documentos importantes.