La historia de España durante el siglo XIX estuvo marcada por importantes conflictos y transformaciones políticas que definieron el rumbo del país.
Las causas de la primera guerra carlista en España fueron principalmente el conflicto sucesorio tras la muerte de Fernando VII, cuando su hermano Carlos María Isidro se opuso al ascenso al trono de Isabel II, hija del rey fallecido. Este conflicto no solo fue dinástico, sino que representó una lucha entre dos visiones de España: el carlismo tradicionalista y católico frente al liberalismo progresista. Los carlistas encontraron apoyo principalmente en zonas rurales del norte, donde defendían los fueros y las tradiciones locales.
La Constitución española de 1876 estableció un sistema político basado en la restauración borbónica, caracterizándose por el bipartidismo entre conservadores y liberales, el sufragio censitario (posteriormente universal masculino), y un poder ejecutivo fuerte en manos del rey. Esta constitución buscaba la estabilidad política tras décadas de conflictos, aunque mantuvo un sistema que favorecía a las élites y el caciquismo. Por otro lado, las consecuencias de la crisis del 98 en España fueron profundas y duraderas: la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) provocó una crisis de identidad nacional, estimuló movimientos regeneracionistas y modernizadores, y evidenció el atraso económico y militar del país. Esta crisis también impulsó el desarrollo de movimientos nacionalistas periféricos y una profunda reflexión sobre el papel de España en el mundo.
Estos acontecimientos históricos sentaron las bases para comprender la evolución política y social de la España contemporánea, influyendo en debates que continúan hasta la actualidad sobre la organización territorial del Estado, el papel de la monarquía y la modernización del país.