La influencia del Cristianismo en la filosofía helenística marcó un punto de inflexión fundamental en el desarrollo del pensamiento occidental. Este período representó la fusión entre la tradición filosófica griega y las nuevas ideas cristianas que emergían en Europa.
Las Contribuciones del judeocristianismo al pensamiento europeo fueron numerosas y profundas. Los primeros pensadores cristianos adoptaron conceptos filosóficos griegos para explicar y defender sus creencias religiosas. La idea de un Dios único y creador se combinó con el logos griego, mientras que la noción de alma inmortal se entrelazó con conceptos platónicos. Esta síntesis produjo una nueva forma de entender la realidad, donde la razón y la fe comenzaron a dialogar. Los Padres de la Iglesia, como San Agustín, desarrollaron teorías que intentaban explicar la relación entre el mundo material y el espiritual, utilizando elementos tanto de la filosofía griega como de la doctrina cristiana.
La Conciliación entre razón y fe en la filosofía medieval se convirtió en uno de los temas centrales del pensamiento medieval. Los filósofos medievales trabajaron arduamente para demostrar que las verdades reveladas por la fe no contradecían las verdades descubiertas por la razón. Esta búsqueda de armonía entre fe y razón llevó al desarrollo de sofisticados sistemas filosóficos que influyeron en la educación, la política y la sociedad medieval. Las universidades medievales se convirtieron en centros donde se estudiaban tanto los textos sagrados como las obras de filósofos antiguos, creando un ambiente intelectual único que sentó las bases para el posterior desarrollo del pensamiento occidental. Esta síntesis entre el pensamiento griego y la doctrina cristiana continúa influyendo en la filosofía y la teología hasta nuestros días.