Ceres exige a Júpiter que devuelva a su hija. Él accede con una condición: Prosérpina podrá volver si no ha probado alimento en el Inframundo. Desgraciadamente, ella ha comido siete granos de granada, lo que la vincula para siempre con el reino de los muertos.
Júpiter encuentra una solución salomónica: Prosérpina pasará seis meses con su madre (primavera y verano) y seis meses con Plutón (otoño e invierno). Así se explica el ciclo de las estaciones: cuando madre e hija están juntas, la tierra florece; cuando están separadas, todo muere.
Las Sirenas, que eran compañeras de Prosérpina, pidieron alas para buscarla por mar y tierra. Se convirtieron en seres híbridos mitad mujer, mitad ave, manteniendo su voz humana para seguir cantando. El mundo acepta este nuevo orden cósmico.
Aracne
Minerva había oído hablar de Aracne, una joven de origen humilde famosa por su increíble talento para tejer. Su padre era tintorero y su madre había muerto, pero su habilidad era tan extraordinaria que las ninfas abandonaban sus tareas para contemplar su trabajo.
Lo peligroso de Aracne no era solo su talento, sino su arrogancia. Negaba haber recibido enseñanza divina y desafiaba a la propia Minerva a competir. La diosa, disfrazada de anciana, le aconsejó humildad, pero la joven se burló de ella.
Orgullo que ciega: El talento sin humildad puede llevarte a la perdición.
Minerva se revela como diosa y acepta el desafío. Ambas tejen con destreza sobrehumana. Minerva teje la disputa con Neptuno por Atenas y escenas de mortales castigados por desafiar a los dioses, como advertencia. Su tapiz simboliza el orden divino y la justicia.
Aracne teje las vergüenzas de los dioses: todas las veces que han abusado de mortales, engañado, violado o traicionado. Su obra es técnicamente perfecta, pero su contenido enfurece a Minerva. La diosa, furiosa, rompe el tapiz y convierte a Aracne en araña, condenándola a tejer para siempre.