La Romanización de Hispania

Los romanos llegaron a nuestra península en el siglo III a.C. durante las Guerras Púnicas contra Cartago. No fue una conquista rápida: tardaron casi dos siglos en controlar todo el territorio, desde que desembarcaron en Ampurias hasta que conquistaron a cántabros y astures.

La romanización fue el proceso por el que los habitantes de Hispania adoptaron la cultura romana. Este proceso no fue igual en todas partes: en el Mediterráneo fue más intenso (los íberos ya conocían otras culturas), mientras que en el norte hubo más resistencia.

Roma organizó el territorio en provincias para controlarlo mejor. Primero crearon Hispania Ulterior e Hispania Citerior, y después las dividieron en más provincias como Tarraconensis, Lusitania y Baetica.

Dato curioso: Hispania aportó emperadores romanos como Adriano y filósofos como Séneca.

Organización Romana: Ciudades y Sociedad

Los romanos trajeron su modelo de ciudad (civitas) como centro de todo. Cada ciudad tenía un núcleo urbano y territorio alrededor. Según cómo hubieran resistido la conquista, las ciudades podían ser aliadas (sin impuestos), libres o estipendiarias (pagaban tributos).

Las ciudades romanas tenían un diseño típico: calles que se cruzaban en perpendicular (cardo y decumano) y el foro en el centro como corazón de la vida ciudadana. Los teatros y anfiteatros se construían en las afueras.

La sociedad romana se basaba en la desigualdad. Había hombres libres (ciudadanos con derechos políticos y no ciudadanos solo con derechos civiles) y esclavos que eran considerados propiedades.

La economía se centraba en la agricultura (trigo, vid y olivo), la artesanía organizada en collegia (gremios) y la minería controlada por el Estado.

Conexión actual: Muchas ciudades españolas como Mérida, Zaragoza o León conservan su trazado romano original.

Legado Cultural y Crisis del Imperio

Roma nos dejó el latín (base de nuestro español), el Derecho Romano (que sigue influenciando nuestras leyes) y la arquitectura funcional. Construyeron puentes, acueductos como el de Segovia, teatros y templos que aún podemos visitar.

En religión, primero trajeron sus dioses romanos, pero a partir del siglo III el cristianismo se extendió por Hispania. El Edicto de Milán (313) lo declaró libre y el de Tesalónica (380) lo convirtió en religión oficial.

La crisis llegó cuando terminaron las guerras y se encareció la mano de obra esclava. Las ciudades se despoblaron, perdieron importancia los emperadores y comenzó un proceso de ruralización. Además, los pueblos bárbaros (suevos, vándalos y alanos) invadieron Hispania a partir del 260.

Para recordar: La caída del Imperio Romano no fue súbita, sino un largo proceso de transformación que duró siglos.

Al-Andalus: La Conquista Musulmana

En 711, los musulmanes liderados por Tariq y Muza derrotaron a los visigodos en la batalla de Guadalete. La conquista fue rapidísima gracias a las capitulaciones (acuerdos de respeto a cambio de impuestos) como el Pacto de Tudmir.

Sin embargo, encontraron resistencia en el norte. La batalla de Covadonga (722) frenó su avance y el Valle del Duero quedó despoblado. También fracasaron en expandirse más allá de los Pirineos tras perder en Poitiers (732).

Al-Andalus se convirtió en una provincia del califato Omeya de Damasco, con capital en Córdoba. Esta primera etapa se caracterizó por la inestabilidad y las luchas entre diferentes grupos étnicos: árabes (que recibían las mejores tierras), bereberes (con tierras montañosas) y sirios.

Cuando cayó la dinastía Omeya en 750, Abd-al-Rahman I llegó a la península y se proclamó independiente políticamente de Bagdad, creando el Emirato Independiente.

Convivencia: Al-Andalus se caracterizó por la convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos, aunque no siempre fue pacífica.

El Califato de Córdoba: Época de Esplendor

Abd-al-Rahman III se proclamó califa en 929, consiguiendo poder absoluto. Pacificó todo el territorio, creó las marcas de Badajoz y Toledo, y frenó el avance de los reinos cristianos. Su riqueza procedía del cobro de parias (tributos que pagaban los cristianos para que no los atacaran).

El califato estableció relaciones diplomáticas con Bizancio y el Sacro Imperio, convirtiéndose en la nación más rica y poderosa de Occidente. Al-Hakam II mantuvo este poder y fue la etapa de máximo esplendor.

Durante el califato de Hisham II, el poder real lo ejerció Al-Mansur, que estableció una dictadura militar y organizó razias contra ciudades cristianas, incluso llegando a Santiago de Compostela.

Tras la muerte de Al-Mansur en 1031, estalló una guerra civil que marcó el final del califato y la división del territorio en taifas (pequeños reinos independientes).

Curiosidad: Córdoba llegó a ser una de las ciudades más grandes y cultas de Europa durante el califato.

Taifas y Reino de Granada: El Final de Al-Andalus

Las Primeras Taifas (1031-1140) se dividían en árabes (Sevilla, Córdoba), bereberes (Granada, Málaga) y eslavas (Valencia, Murcia). Esta división permitió la expansión cristiana y la conquista de Toledo (1085).

Su debilidad les hizo pedir ayuda a los Almorávides, más ortodoxos religiosos, que impusieron la restauración del islam tradicional. Después vinieron los Almohades, aún más estrictos, que fueron derrotados en las Navas de Tolosa (1212).

El Reino Nazarí de Granada (1237-1492) fue el último territorio musulmán en la península. Fundado por Muhammad I, se mantuvo pagando tributos a Castilla como reino vasallo. Finalmente, Boabdil, el último rey de Granada, entregó la ciudad a los Reyes Católicos en 1492.

Este reino se caracterizó por una rica cultura y arquitectura, siendo la Alhambra su máximo exponente. La llegada masiva de andalusíes refugiados y la explotación agraria le dieron estabilidad durante más de dos siglos.

El final de una era: 1492 no solo marca el descubrimiento de América, sino también el fin de ocho siglos de presencia musulmana en la península.

Orígenes de los Reinos Cristianos

Mientras Al-Andalus dominaba la mayor parte de la península, en el norte surgían núcleos de resistencia cristiana. El noble visigodo Pelayo derrotó a los musulmanes en Covadonga (722), creando el primer núcleo de resistencia.

Alfonso I y Alfonso II consolidaron el Reino de Asturias, que se presentó como heredero de la monarquía visigoda. Durante el siglo IX, Alfonso III ocupó el Valle del Duero despoblado y trasladó la capital a León, naciendo así el Reino de León.

Para defenderse del este, crearon el Condado de Castilla, lleno de castillos fortificados. Fernán González se proclamó independiente, convirtiendo el condado en hereditario.

En los Pirineos, Carlomagno estableció la Marca Hispánica para protegerse de los musulmanes. Los condados pirenaicos se fueron independizando: primero Navarra y Aragón de los francos, y después los condados catalanes con Borrell II.

Estrategia de supervivencia: Los primeros reinos cristianos se mantuvieron aliándose entre ellos y aprovechando las luchas internas musulmanas.

Expansión y Consolidación Cristiana

En el siglo XI, Sancho III de Pamplona controló un territorio enorme, pero tras su muerte en 1035 se dividió entre sus hijos: Ramiro I (Aragón), Fernando I (Castilla) y García Sánchez III (Navarra).

Los reinos cristianos aprovecharon la fragmentación de Al-Andalus en taifas para avanzar hacia el sur. El cobro de parias les proporcionó recursos para mejorar ejércitos y construir fortalezas. Durante los siglos XI y XII conquistaron los valles del Tajo y del Ebro.

Fernando I unió Castilla y León bajo una sola corona. En Aragón, el matrimonio de Petronila con el conde de Barcelona creó la Corona de Aragón bajo Alfonso II.

El siglo XIII fue el de la gran expansión tras las Navas de Tolosa (1212). Jaime I de Aragón conquistó Mallorca y Valencia. Fernando III de Castilla tomó Córdoba, Jaén y Sevilla. Solo quedó el reino nazarí de Granada.

Momento decisivo: Las Navas de Tolosa marcaron el inicio del dominio cristiano y el declive definitivo del poder musulmán en la península.