La evolución del transporte y la energía marcó profundamente el desarrollo industrial y económico durante los siglos XVIII y XIX.
Durante la Primera Revolución Industrial, las principales fuentes de energía fueron el carbón y la máquina de vapor, que transformaron completamente los sectores industriales tradicionales como la industria textil y la metalurgia. Los medios de transporte antiguos como carruajes y barcos de vela fueron gradualmente reemplazados por el ferrocarril y los barcos de vapor, lo que revolucionó el comercio y la movilidad de personas y mercancías. En España, el desarrollo del transporte siglo XIX fue más tardío pero igualmente significativo, con la construcción de las primeras líneas ferroviarias que conectaron los principales centros urbanos e industriales.
La Segunda Revolución Industrial trajo consigo nuevos avances tecnológicos y energéticos. Las nuevas fuentes de energía de la Segunda Revolución Industrial incluyeron la electricidad y el petróleo, que permitieron el desarrollo de sectores industriales de la Segunda Revolución Industrial como la industria química, eléctrica y del automóvil. Entre los principales inventos de la Segunda Revolución Industrial destacaron el teléfono, el motor de combustión interna y la bombilla eléctrica. Esta época también marcó el inicio del imperialismo y colonialismo, ya que las potencias industriales buscaban materias primas y nuevos mercados para sus productos. Los medios de transporte en 1872 ya incluían trenes más veloces, barcos de vapor más eficientes y los primeros automóviles experimentales, lo que facilitó la expansión del comercio internacional y el establecimiento de redes comerciales globales. La relación del imperialismo con la Segunda Revolución Industrial fue fundamental, ya que la necesidad de recursos y mercados impulsó la expansión colonial de las potencias europeas.