El Bienio Progresista: Revolución y Reformas
El hastío hacia la corrupción moderada estalló en 1854 con la Vicalvarada, un pronunciamiento militar liderado por el general O'Donnell en Vicálvaro. Este movimiento, también conocido como revolución de 1854, contó con el apoyo de amplios sectores populares y liberales de ciudades como Madrid, Barcelona y Zaragoza.
El Manifiesto de Manzanares, redactado por Antonio Cánovas, pedía reformas democráticas sin destronar a Isabel II. La reina, presionada, llamó al poder al general Espartero, iniciándose el Bienio Progresista (1854-1856).
Los progresistas aplicaron medidas radicales: expulsaron a los jesuitas, prohibieron las procesiones públicas y, sobre todo, pusieron en marcha la desamortización de Madoz (1855). Esta segunda desamortización se centró en los bienes comunales de los municipios, lo que tuvo consecuencias contradictorias: aumentó la superficie cultivada pero empeoró las condiciones de vida de jornaleros y pequeños agricultores.
Dos leyes fundamentales marcaron este período: la Ley de Ferrocarriles (1855), que planificó la red ferroviaria española, y la Ley Bancaria (1856), que reguló el sistema financiero. Ambas fueron clave para el desarrollo del capitalismo español.
La economía vivió un momento de bonanza gracias a la guerra de Crimea (1853-1856), que aumentó la demanda de productos españoles. Se popularizó el dicho "Agua, sol y guerra en Sebastopol", que reflejaba la prosperidad de estos años.
🚂 Revolución del transporte: La Ley de Ferrocarriles transformó España, conectando regiones que habían estado aisladas durante siglos y facilitando el comercio nacional e internacional.