La sociedad industrial y clases sociales del siglo XIX trajo profundos cambios que transformaron la estructura social y económica de Europa. Durante este período, surgieron dos clases sociales principales: la burguesía industrial, dueña de los medios de producción, y el proletariado industrial, que vendía su fuerza de trabajo en las fábricas. Las condiciones laborales eran extremadamente duras, con jornadas de hasta 16 horas, trabajo infantil, salarios muy bajos y condiciones insalubres en las fábricas.
Como respuesta a esta situación surgieron los movimientos socialistas utópicos del siglo XIX, liderados por pensadores como Saint-Simon, Charles Fourier y Robert Owen. Estos movimientos proponían alternativas al sistema capitalista industrial, buscando crear comunidades ideales basadas en la cooperación y la justicia social. Paralelamente, se desarrollaron los orígenes del sindicalismo y el ludismo como formas de resistencia obrera. El ludismo fue un movimiento de trabajadores que destruían las máquinas al considerarlas responsables de su situación precaria, mientras que el sindicalismo comenzó a organizar a los trabajadores para defender sus derechos de manera colectiva.
La industrialización también provocó importantes cambios urbanos, con el crecimiento de las ciudades industriales y la formación de barrios obreros caracterizados por condiciones de vida precarias. Los trabajadores comenzaron a desarrollar una conciencia de clase y a organizarse en asociaciones y sindicatos para luchar por mejores condiciones laborales. Estas organizaciones fueron fundamentales para conseguir mejoras como la reducción de la jornada laboral, la prohibición del trabajo infantil y el establecimiento de medidas de seguridad en las fábricas. Todo este proceso sentó las bases para el desarrollo del movimiento obrero moderno y las posteriores luchas por los derechos laborales.