La Revolución Gloriosa y el fin de Isabel II
¿Te imaginas que una reina fuera tan impopular que medio país se pusiera de acuerdo para echarla? Eso es exactamente lo que pasó con Isabel II en 1868. La crisis económica desde 1866 y los personajes raros que rodeaban a la reina (como su confesor el padre Claret) hicieron que hasta los militares se hartaran.
El 19 de septiembre de 1868 estalló la revolución en Cádiz, liderada por el almirante Topete y los generales Serrano y Prim. Estos tipos no actuaban solos: habían firmado el Pacto de Ostende en 1866 junto con progresistas, demócratas y unionistas para planificar el derrocamiento.
La cosa fue rápida y efectiva. Después de ganar en la batalla de Alcolea, Isabel II se largó a París y por toda España surgieron juntas revolucionarias pidiendo libertades, sufragio universal masculino y separación de Iglesia y Estado.
¡Ojo! Esta fue la primera revolución española que realmente triunfó de forma completa y rápida.
El Gobierno Provisional y la Constitución más liberal
Serrano se puso al frente del gobierno provisional, pero enseguida empezaron los problemas típicos: había que controlar a los revolucionarios más radicales. Disolvieron las juntas, quitaron armas a la gente y, eso sí, aprobaron medidas progresistas como la libertad de cultos y la reanudación de la desamortización.
Lo más importante llegó con las elecciones de 1869: las primeras con sufragio universal masculino para mayores de 25 años. La Constitución de 1869 fue la más avanzada hasta ese momento, estableciendo una monarquía democrática con derechos y libertades amplísimos.
El problema era encontrar un rey que quisiera el trabajo. Después de mucho buscar, eligieron a Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia. Vamos, que trajeron a un extranjero porque no encontraban a nadie del país que sirviera.