La unión dinástica de Castilla y Aragón marcó un momento crucial en la historia de España, estableciendo las bases del estado moderno español. Esta unión se logró a través del matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, conocidos como los Reyes Católicos.
La política interior de los Reyes Católicos en Castilla se caracterizó por una serie de reformas fundamentales que transformaron la administración del reino. Establecieron la Santa Hermandad para mantener el orden público, reorganizaron el Consejo Real para mejorar la administración de justicia, y crearon la figura del corregidor para supervisar los gobiernos municipales. También implementaron medidas económicas importantes como la regulación de la Mesta y la acuñación de una moneda única, el real de plata. La pacificación del reino fue una prioridad, sometiendo a la nobleza rebelde y recuperando tierras y rentas usurpadas a la Corona.
Las alianzas matrimoniales de los Reyes Católicos fueron una herramienta diplomática fundamental para expandir su influencia en Europa. Casaron a su hijo Juan con Margarita de Austria, a Juana con Felipe el Hermoso (heredero de Borgoña), a Isabel con Manuel I de Portugal, y a Catalina con Arturo y posteriormente con Enrique VIII de Inglaterra. Estas uniones estratégicas buscaban aislar a Francia y fortalecer la posición española en el continente. La política matrimonial también incluyó la unificación religiosa del reino, estableciendo la Inquisición y decretando la expulsión de los judíos en 1492. Estas medidas, aunque controvertidas desde la perspectiva actual, contribuyeron a la consolidación del poder real y sentaron las bases para el futuro Imperio español.