El reinado de Fernando VII: Entre absolutismo y liberalismo
Cuando Fernando VII regresó a España en 1814 tras firmar el Tratado de Valençay con Napoleón, se encontró con un país dividido entre dos visiones opuestas de gobierno. Los diputados absolutistas le entregaron el famoso "Manifiesto de los Persas", pidiéndole que ignorase las reformas liberales de Cádiz.
El rey no dudó en restaurar el absolutismo con el Decreto de derogación de la Constitución del 4 de mayo de 1814. Así comenzó el Sexenio Absolutista (1814-1820), un período de dura represión contra los liberales. Muchos fueron arrestados, mientras otros se exiliaron a Francia e Inglaterra, usando Gibraltar como base para sus conspiraciones.
Los liberales no se rindieron fácilmente y organizaron varios pronunciamientos militares. Los primeros fracasaron estrepitosamente: Díaz Porlier en La Coruña (1815) y el general Lacy en Cataluña (1817) acabaron ejecutados por falta de apoyo popular.
El punto de inflexión llegó en 1820 con el pronunciamiento del comandante Riego en Cabezas de San Juan. Esta vez el éxito fue total: Fernando VII tuvo que jurar la Constitución de 1812, dando inicio al Trienio Liberal (1820-1823).
¡Dato curioso! El pronunciamiento de Riego fue la primera revolución liberal exitosa en Europa durante la oleada revolucionaria de 1820-1821.
Durante el Trienio Liberal, el rey jugó sucio utilizando todos los recursos constitucionales para sabotear las reformas. Mientras tanto, los liberales se dividieron en dos bandos: los moderados (doceañistas) y los exaltados (veinteañistas), estos últimos mucho más radicales.
Las nuevas Cortes liberales impulsaron reformas revolucionarias: suprimieron los mayorazgos, limitaron el poder de la Iglesia, establecieron las bases para la desamortización y abolieron el régimen señorial. Sin embargo, el tiempo se les agotaría antes de poder implementar completamente estos cambios.
Los realistas, junto al rey, conspiraron constantemente para restaurar el absolutismo. Organizaron guerrillas en Navarra y Cataluña y crearon la Regencia de Urgel como gobierno alternativo "legítimo".
El final llegó con el Congreso de Verona (1822), donde las potencias europeas encargaron a Francia intervenir militarmente. El ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis restauró el absolutismo sin encontrar apenas resistencia, iniciando así la Década Ominosa (1823-1833).
Esta segunda restauración absolutista fue más moderada que la primera, aunque Fernando VII siguió persiguiendo a los liberales. El rey se enfrentó ahora a una doble oposición: los liberales de siempre y los apostólicos, realistas extremos que desconfiaban de su supuesta "moderación".
La gran crisis llegó en 1830 cuando Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción, anulando la ley Sálica que impedía reinar a las mujeres. Esto permitiría que su hija Isabel II heredase el trono, pero su hermano Carlos María de Isidro rechazó esta decisión y reclamó sus derechos sucesorios, sembrando las semillas de la futura guerra carlista.