Las rocas sedimentarias y metamórficas son parte fundamental del ciclo de las rocas sedimentarias y metamórficas, un proceso continuo que ocurre en la superficie terrestre. Este ciclo comienza con la erosión de rocas preexistentes que son degradadas por factores como el viento, la lluvia y los cambios de temperatura. Los fragmentos resultantes son transportados por diferentes agentes geológicos como el transporte y depósito de sedimentos en ríos y glaciares, que mueven estos materiales desde zonas altas hacia valles y cuencas sedimentarias.
Durante el proceso de formación y consolidación de rocas exógenas, los sedimentos se acumulan en capas horizontales que, con el tiempo y bajo presión, se compactan y cementan para formar rocas sedimentarias. Estas rocas pueden contener fósiles y presentar estructuras características como la estratificación. Cuando estas rocas sedimentarias son sometidas a altas presiones y temperaturas en el interior de la Tierra, pueden transformarse en rocas metamórficas mediante un proceso llamado metamorfismo. Este cambio implica la recristalización de los minerales originales sin llegar a fundirse, lo que resulta en nuevas texturas y estructuras como el bandeado o la foliación.
El ciclo continúa cuando estas rocas metamórficas son expuestas nuevamente en la superficie terrestre debido a movimientos tectónicos y procesos de erosión. Una vez expuestas, vuelven a ser susceptibles a la meteorización y erosión, reiniciando así el ciclo. Este proceso geológico es fundamental para entender la formación del relieve terrestre y la distribución de los diferentes tipos de rocas en la corteza terrestre. Los sedimentos transportados también juegan un papel crucial en la formación de suelos fértiles y en la preservación de registros fósiles que nos ayudan a comprender la historia de la Tierra.