Crisis Final de la Monarquía Isabelina (1856-1868)
Narváez volvió al poder en 1856 desmontando las reformas progresistas y restableciendo la Constitución de 1845. Ante esta polarización, O'Donnell creó la Unión Liberal para superar la división tradicional entre moderados y progresistas.
Entre 1858 y 1863, la Unión Liberal consiguió cierta estabilidad gracias al crecimiento económico. Desarrolló una política exterior ambiciosa con campañas militares en Marruecos (que convirtieron a Prim en héroe), expediciones a Indochina e intervención en México, buscando prestigio internacional.
Pero el malestar social persistía. En 1861, el levantamiento campesino de Pérez del Álamo en Loja (la "guerra del pan y el queso") mostró las tensiones rurales. Las agitaciones republicanas se multiplicaron.
Los sucesos de la Noche de San Daniel (1865) marcaron el principio del fin. Estudiantes y profesores se enfrentaron a la Guardia Civil defendiendo la libertad de cátedra. En 1866, los pronunciamientos de los sargentos de San Gil y de Prim fracasaron sangrientamente.
El Pacto de Ostende (1866) unió a progresistas, demócratas, unionistas y militares con un objetivo claro: destronar a Isabel II. La muerte de O'Donnell en 1867 completó el aislamiento de la reina.
Final inevitable: El agotamiento del sistema isabelino, el desprestigio de la monarquía y la unión de todas las fuerzas de oposición hicieron inevitable la revolución de 1868.