El reino visigodo: origen y organización política
Tras la caída del Imperio Romano, los visigodos —uno de los pueblos bárbaros que habían sido aliados de Roma— establecieron su poder en la Península Ibérica. Inicialmente asentados en la Galia (sur de Francia) con capital en Tolosa, tras ser derrotados por los francos en la batalla de Vouillé (507), se vieron obligados a trasladarse a la Península, donde establecieron su capital en Toledo.
La organización política visigoda se basaba en una monarquía electiva, donde el rey era escogido por un consejo de asesores. Contaban con el Aula Regia, un grupo de nobles que aconsejaban al monarca, y el Officium Palatinum, que constituía la administración central. Los Concilios eran asambleas eclesiásticas con gran influencia política, siendo el III Concilio de Toledo (589) especialmente relevante.
Tres reyes destacaron por sus contribuciones a la unificación del reino: Leovigildo logró la unificación territorial sometiendo a cántabros y vascones; su hijo Recaredo consiguió la unificación religiosa al convertirse al catolicismo en el III Concilio de Toledo; y Recesvinto alcanzó la unificación jurídica mediante el Fuero Juzgo, un código legal común para todo el territorio.
Durante el periodo visigodo, la sociedad experimentó un proceso de ruralización, con la tierra como principal base de riqueza. Su legado cultural fue principalmente religioso, destacando las "Etimologías" de San Isidoro de Sevilla, mientras que en arquitectura nos dejaron el característico arco de herradura, que posteriormente sería adoptado y modificado por el arte musulmán.
💡 Aunque los visigodos fueron un pueblo germánico, su legado cultural en la Península fue más romano que germánico. Adoptaron muchas instituciones romanas y el latín como lengua administrativa, convirtiéndose en continuadores de la romanización más que en sus destructores.