El contexto de la revolución
La Revolución de 1868 surgió en un periodo de profunda inestabilidad política en España. Desde la dimisión de O'Donnell en 1863, el país había visto desfilar siete gobiernos diferentes, alternando entre moderados y unionistas, sin que ninguno lograse estabilidad ni resolviera los problemas fundamentales.
Varios factores contribuyeron a la crisis final del reinado de Isabel II. El moderantismo se mostró incapaz de responder a las demandas sociales de participación política, mientras la reina y su corte sufrían un creciente descrédito. A esto se sumó la ruptura del consenso político, con progresistas y demócratas optando por vías subversivas bajo el liderazgo del general Prim, en un contexto de crisis financiera y de subsistencia que agravó el malestar social en 1866.
Dos acontecimientos aceleraron la caída de la monarquía. Primero, la "matanza de la noche de San Daniel" en 1865, cuando el gobierno de Narváez reprimió violentamente a estudiantes que protestaban por la expulsión del profesor demócrata Emilio Castelar. Segundo, el fracaso del intento de acercamiento de O'Donnell a los progresistas, que derivó en medidas autoritarias y, tras la fallida sublevación del cuartel de San Gil, en más ejecuciones que aumentaron el rechazo popular.
La oposición, unida por el Pacto de Ostende de 1866, estableció como objetivos derrocar a Isabel II y construir un nuevo orden político mediante Cortes Constituyentes elegidas por sufragio universal. Tras la muerte de Narváez en abril de 1868, el almirante Topete, junto a los generales Serrano, Prim y Dulce, lideró la sublevación en septiembre que forzó el exilio de la reina y el inicio del Sexenio Democrático.
🔍 El descontento no era solo político sino también social: la crisis económica de 1866 había empeorado las condiciones de vida de gran parte de la población, creando el caldo de cultivo perfecto para una revolución que prometía cambios profundos.