El Imperio bizantino surgió tras la división del Imperio Romano en el siglo IV d.C., estableciendo su capital en Constantinopla. Este imperio representó la continuación del legado romano en el este, fusionando elementos grecorromanos con influencias orientales.
La civilización bizantina se caracterizó por su sofisticada estructura administrativa y su rica cultura romana adaptada. Bajo el gobierno de Justiniano I, el imperio alcanzó su máxima extensión territorial, como se puede observar en el Mapa del Imperio Bizantino. La Religión del Imperio bizantino fue fundamentalmente cristiana ortodoxa, lo que llevó al Cisma de la Iglesia católica en 1054, separando definitivamente las iglesias de Oriente y Occidente. Esta división religiosa, conocida como el Gran Cisma, tuvo profundas consecuencias políticas y culturales que perduran hasta la actualidad.
Las Características del Imperio bizantino incluyeron un sistema de gobierno autocrático, una economía próspera basada en el comercio, y un notable desarrollo artístico y arquitectónico. La sociedad bizantina mantuvo viva la herencia de la Antigua Roma, preservando y transmitiendo el conocimiento clásico durante la Edad Media. El imperio sobrevivió durante casi mil años después de la caída del imperio romano, resistiendo numerosas invasiones y manteniendo su influencia cultural hasta su eventual caída ante los turcos otomanos en 1453. Este largo período de existencia permitió la creación de una síntesis única entre las tradiciones romanas, la fe cristiana ortodoxa y las influencias culturales orientales, dejando un legado duradero en la historia de la civilización europea y mediterránea.