El triunfo definitivo del liberalismo y el arte burgués
La Revolución francesa estableció los cimientos de la democracia moderna: igualdad ante la ley, soberanía popular, separación de poderes y derechos fundamentales. Aunque la consolidación fue lenta y hubo resistencias, estos principios se extendieron por toda Europa durante el siglo XIX.
Tras la caída de Napoleón, el Congreso de Viena (1815) intentó restaurar el absolutismo, pero el liberalismo ya era imparable. Las revoluciones de 1830 y 1848 barrieron Europa, estableciendo definitivamente sistemas constitucionales y despertando los nacionalismos que crearían nuevos Estados.
El nacionalismo transformó el mapa europeo: Italia se unificó gracias al Risorgimento y figuras como Garibaldi, mientras Alemania lo hizo bajo el liderazgo prussiano. En apenas 20 años, estas naciones fragmentadas se convirtieron en Estados modernos y poderosos.
La nueva sociedad burguesa también revolucionó el arte. El Romanticismo exaltó la libertad y los sentimientos, el Realismo retrató la vida industrial, el Impresionismo experimentó con la luz y el color, y el Modernismo exploró temas simbólicos. El arte se liberó de las reglas clásicas, igual que la sociedad se había liberado del Antiguo Régimen.