Los nacionalismos: Italia y Alemania se unifican
El nacionalismo del siglo XIX tenía una idea simple pero poderosa: cada pueblo con su lengua, cultura e historia debería tener su propio Estado. Había dos tipos: el disgregador (buscar independencia de grandes imperios) y el unificador (juntar territorios dispersos en una sola nación).
La unificación italiana era necesaria porque la península estaba fragmentada en varios Estados y dominada por potencias extranjeras. Pero compartían lengua, historia y cultura. El proceso lo lideró el reino de Piamonte con figuras clave como Víctor Manuel II, Cavour (el cerebro político) y Garibaldi (el héroe militar).
Entre 1859 y 1870, mediante guerras estratégicas y alianzas inteligentes, fueron anexionando territorios: Lombardía, los Estados del centro, el reino de Nápoles y Sicilia (conquistados por Garibaldi con sus "camisas rojas"), Venecia y finalmente Roma. En 1871, Roma se convirtió en la capital de Italia unificada.
La unificación alemana era aún más compleja porque había 39 Estados germanohablantes agrupados en la Confederación Germánica, con Austria y Prusia compitiendo por el liderazgo. Prusia se impuso creando primero una unión aduanera (Zollverein) y luego mediante tres guerras bajo el liderazgo de Guillermo I y su canciller Bismarck.
El proceso culminó entre 1864 y 1871: anexión de ducados daneses, guerra contra Austria (que quedó fuera de la unificación), y guerra franco-prusiana que permitió unir a los Estados del sur. En 1871 se proclamó el Segundo Reich con Guillermo I como emperador, convirtiendo a Alemania en una gran potencia europea.
Recuerda: Estas unificaciones cambiaron completamente el equilibrio de poder en Europa y fueron clave para entender los conflictos posteriores.