El imperialismo y colonialismo fueron fenómenos históricos fundamentales que marcaron el siglo XIX y principios del XX, culminando en la Primera Guerra Mundial. Durante este período, las potencias europeas expandieron su dominio político y económico sobre territorios de África, Asia y Oceanía.
Las causas del imperialismo fueron múltiples y complejas. Las causas económicas incluían la necesidad de materias primas para la industrialización y nuevos mercados para los productos manufacturados. Las causas políticas se centraban en la competencia entre naciones europeas por demostrar su poder, mientras que las causas demográficas respondían al crecimiento poblacional europeo que requería nuevos territorios. Entre las características del imperialismo destacan el control territorial directo o indirecto, la explotación económica sistemática y la imposición cultural sobre los pueblos colonizados.
El reparto de África representa el ejemplo más claro de este proceso. La Conferencia de Berlín de 1885 estableció las reglas para la colonización de África, dividiendo el continente entre las potencias europeas sin considerar las realidades étnicas o culturales locales. Las consecuencias del imperialismo fueron profundas y duraderas: transformó las estructuras sociales tradicionales, alteró fronteras históricas y generó tensiones que persisten hasta la actualidad. Las consecuencias sociales del imperialismo incluyeron el desarraigo de poblaciones nativas, la imposición de sistemas educativos y administrativos europeos, y la creación de nuevas élites locales. El período entre 1885 y 1914 vio la transformación más dramática del mapa de África, pasando de territorios mayormente independientes a estar casi completamente colonizado por potencias europeas, incluyendo la participación de España en el reparto colonial.