Las escuelas helenísticas surgieron en un período de profunda transformación cultural y política en la antigua Grecia, caracterizado por la expansión del imperio de Alejandro Magno y la fusión de culturas orientales y occidentales. Las principales corrientes filosóficas de este período fueron el estoicismo, el epicureísmo, el escepticismo y el cinismo, cada una con su propia visión sobre cómo alcanzar la felicidad y la sabiduría.
El epicureísmo, fundado por Epicuro, proponía que la felicidad se encuentra en la búsqueda moderada del placer y la ataraxia (ausencia de perturbación del alma). Esta escuela defendía que el conocimiento sensorial es la base del entendimiento y que los dioses, aunque existen, no intervienen en los asuntos humanos. Por otro lado, el estoicismo, representado por figuras como Zenón de Citio, enseñaba que la verdadera libertad se alcanza mediante la apatheia (ausencia de pasiones) y la aceptación del orden natural del universo. Los estoicos creían en un determinismo universal y en la importancia de vivir conforme a la razón.
Las diferencias entre epicureísmo y estoicismo son notables en su aproximación a la felicidad: mientras los epicúreos buscaban el placer moderado y la tranquilidad, los estoicos enfatizaban el control de las emociones y la aceptación del destino. El escepticismo, por su parte, cuestionaba la posibilidad del conocimiento absoluto, promoviendo la suspensión del juicio como camino hacia la ataraxia. Los cínicos, liderados por Diógenes, rechazaban las convenciones sociales y predicaban una vida simple en armonía con la naturaleza. Estas escuelas compartían el objetivo común de proporcionar una guía práctica para alcanzar la felicidad en tiempos de incertidumbre, aunque sus métodos y concepciones filosóficas diferían significativamente.