Los Mercados y la Mano Invisible
En una economía de mercado, nadie le dice a las empresas qué producir ni a las personas qué comprar. ¿Cómo es posible que funcione? La respuesta está en lo que Adam Smith llamó "la mano invisible": las señales que envían los precios.
Tercer principio: Los mercados suelen llevar a la eficiencia. Cuando un bien escasea, los consumidores están dispuestos a pagar más, el precio sube, y esto atrae a nuevas empresas que aumentan la producción. Ocurrió con las mascarillas durante el COVID-19: los precios subieron y las empresas se lanzaron a producirlas.
Cuando un bien abunda, las empresas bajan precios para venderlo, algunas dejan de ser rentables y abandonan la producción, eliminando el exceso. Es el egoísmo de empresas y familias (las primeras quieren vender caro, las segundas comprar barato) lo que lleva paradójicamente al bienestar general.
Cuarto principio: Cuando el mercado falla, el Estado puede ayudar. Los mercados no siempre son perfectos. A veces las empresas contaminan perjudicando a otros, algunas tienen tanto poder que abusan de los consumidores, o ciertos bienes importantes (como carreteras) no son rentables para las empresas privadas.
Además está el tema de la equidad: los mercados no garantizan que todos tengan acceso a alimentación o sanidad dignas. Cuando los mercados fallan o generan grandes desigualdades, el Estado puede intervenir para mejorar el bienestar social.
Clave: Los mercados son muy eficaces coordinando decisiones individuales, pero a veces necesitan la intervención del Estado para corregir sus fallos.