La crisis del imperio romano y su división marcó un período fundamental de transformación en la historia antigua. El imperio se dividió en dos partes principales: el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente, también conocido como imperio bizantino. Esta división fue resultado de múltiples factores, incluyendo presiones económicas, invasiones bárbaras y problemas administrativos que hicieron imposible gobernar un territorio tan extenso de manera centralizada.
Las características del fin de la antigüedad se manifestaron en cambios profundos en la sociedad romana. La economía se ruralizó, las ciudades perdieron población y poder, el comercio disminuyó significativamente, y surgió un nuevo sistema social basado en grandes propietarios de tierra que ofrecían protección a los campesinos. El cristianismo se convirtió en la religión dominante, transformando la cultura y las instituciones. La educación y la cultura clásica fueron preservadas principalmente en monasterios, mientras que el latín vulgar evolucionó hacia las lenguas romances.
El imperio bizantino logró sobrevivir y prosperar en el este, manteniendo viva la herencia romana pero con características propias. Constantinopla se convirtió en el centro de poder, combinando la tradición romana con influencias griegas y orientales. La crisis iconoclasta fue un período de intenso debate religioso y político sobre el uso de imágenes religiosas, que dividió a la sociedad bizantina y tuvo importantes consecuencias políticas y culturales. El imperio bizantino actuó como puente entre el mundo antiguo y medieval, preservando el conocimiento clásico mientras desarrollaba su propia identidad cultural única, que influiría significativamente en la Europa medieval y el mundo ortodoxo.